MisHistorias
Lo primero que pensé cuando aterrizaba en Noumea fue que soy una persona muy afortunada. Vivir en Australia me ha permitido ir a lugares en el Pacífico que de otra manera hubiera sido imposible para mí conocer. Primero que todo, porque no hubiera sabido de su existencia y segundo, estarían en la otra mitad del mundo, lo que lo hubiera hecho de este viaje una completa locura en términos económicos y logísticos.
Pero allí estaba, bajándome del avión y siendo bienvenida por un clima en extremo húmedo y caliente. Me encantan este tipo de climas donde simplemente puedes quitarte tu chaqueta y sentirte libre para disfrutar de una brisa refrescante. Nueva Caledonia es una isla francesa en medio del Océano Pacifico, así que era comprensible el casi todos los turistas fueran franceses.
Pude sentir el olor a sal del océano desde el momento en que llegamos a Noumea, la capital de Nueva Caledonia. Su ambiente tropical era una invitación para ir por un cóctel, lo que hicimos tan pronto encontramos a nuestros amigos y familiares que viven en la isla. Los bares y restaurantes están llenos todo el tiempo, debido a su ambiente festivo durante todo el año. En Noumea se puede encontrar una gran mezcla de culturas, desde los franceses hasta los Kanaks y otras comunidades nativas, quienes comparten la isla con todo lo que ésta tiene para ofrecer. Aunque Nueva Caledonia es territorio francés desde 1853, un referendo tendrá lugar en dos años, en el que se le preguntará a las comunidades nativas y a los pobladores que llegaron antes de 1998 si desean independizarse de Francia.
Después de pasar algunos días en Noumea tomamos un avión a Maré, una pequeña isla a media hora de distancia, con las aguas más hermosas que hubiera soñado ver. Maré esta poblada solo por comunidades nativas que viven en una especie de choza llamada Hut y comparten la tierra en donde viven con otros miembros de su familia. Ernest, el conductor del hotel, fue quien nos dió nuestra primera bienvenida. Ernest no es un empleado común, pues además de conductor es el propietario de la tierra en la que el hotel esta construido. Ernest y su familia reciben el pago de renta por su tierra y en un par de años administrarán el hotel, tal y como fue acordado tiempo atrás. Nuestra habitación tenía una pequeña terraza que daba directamente a la playa y solo con dos pasos podíamos sumergirnos en los más profundos azules marinos. Estando sola con mi familia en esta playa me sentí inmersa en mi propia felicidad, mi propia aventura como en la película de la Laguna Azul.
Este paisaje contrastaba con la falta de todo en el resto de la isla. Las comunidades en Maré subsisten de la agricultura, el pastoreo animal y la pesca, aunque en un escala muy pequeña. Mirando al interior de sus terrenos no vi cultivos (solo algunas gallinas) y sabiendo que solo había una o dos tiendas para comprar comida (casi toda con viejas fechas de expiración), entendí que la subsistencia en la isla era difícil. Sin embargo, me sorprendió que aunque no había muchas cosas materiales, la infraestructura era muy buena, todos tenían carro y un teléfono con internet y las iglesias eran grandes e imponentes comparadas con sus chozas.
Esto no interfería en nada con el ánimo de los habitantes de Maré, quienes saludaban y sonreían todo el tiempo y en todas partes. Supongo que nosotros estamos acostumbrados a la abundancia y se nos hace impensable vivir con tan poco, pero estas gentes disfrutan su tiempo en familia y soportan a cada miembro de su comunidad de la mejor manera.
Después de decir adiós a Ernest cuando nos dejó en el aeropuerto, partimos para Ile de Pins, nombrada así por el Capitan Cook cuando la descubrió en 1774 (antes de que llegaran los franceses). La isla está llena de pinos y vegetación tropical y al igual que Maré, las playas blancas y el mar azul seguían siendo características bastante distintivas. Pero Ile de Pins es más poblada, también por los Kanaks, hay 3 o 4 hoteles y mucha más vida comercial. Yo continuaba impresionada por la cantidad de iglesias al rededor de la isla. The Kanaks y otras comunidades de Ile de Pins y Maré fueron evangelizadas después de los años 1870’s, borrando en parte su propio sistema de creencias basado en sus ancestros y en la adoración a los espíritus.
El tour en Ile de Pins fue muy interesante, aprendiendo sobre religión, cultura y comida típica. Pero la mejor parte de este viaje fue tomar un cerveza mientras veíamos el más espectacular atardecer.
Un par de días después volvimos a Noumea para despedirnos de nuestros amigos. Luego partimos para Sydney y de vuelta al trabajo. Olvidarse de Nueva Caledonia ha resultado difícil pero volver a esta hermosa ciudad hace que la resaca de las vacaciones sea más manejable, pues hemos vuelto para empezar el otoño, mi estación favorita del año. La vida es bella!
Luz