Reseñas Literarias
Gretchen Rubin es famosa desde hace algunos años ya. No para mí. Me topé con su libro de pura casualidad buscando un día de esos libros que son como sopa de pollo para el alma. Y fue la palabra felicidad lo que llamó mi atención, porque, ¿no es esto lo que buscamos todos? ¿el fin último de que hablan los filósofos y racionalistas? El objetivo de toda religión y teoría que habita entre el cielo y la tierra?
Gretchen Rubin decidió renunciar a su profesión de abogada después de reflexionar acerca de lo que quería que fuera su vida. Feliz. Pero además, buscaba una vida con un significado más profundo, que la mantuviera más cerca de su familia y amigos. Su pasión siempre fue escribir. Y decidió que nada podía ser más satisfactorio que trabajar en lo que más se amaba hacer. Y así descubrió esto que se amaba hacer se definía de una manera fácil, pues era aquella actividad a la que nos dedicábamos en nuestro tiempo libre.
Así que se puso manos a la obra. En lugar de pensar a largo plazo como hacemos la mayoría, visualizándonos en sueños que se vuelven borrosos con el tiempo, ella decidió dividir en plazos de tiempo corto todo lo que haría en un año para alcanzar la tan anhelada felicidad. Para saber cuáles eran los pasos que la llevarían a su meta investigó qué era lo que a las personas en general las hacia felices y luego decidió si eso la haría feliz a ella. De ahí escogió qué haría cada mes, sin falta y sin excusas, y con un horario de rajatabla, las actividades que la llevarían a la meta. Lo que más me gustó fue su realismo, pues consideró que un cambio brusco en sus rutinas, como por ejemplo hacer un viaje, harían el truco, aceptando también que no podría hacerlo. Tenía una familia que quería cuidar. Así que quería cambiar su vida sin moverse un ápice de donde estaba.
Empezó con rutinas prácticas. A ser organizada, o mejor, volverse organizada. Ordenar la casa antes de irse a dormir, hacer ejercicio, dormirse más temprano y hacer esas tareas pequeñas y no urgentes que siempre están pendientes y se entrometen en nuestros pensamientos en todo lo que hacemos, son buenas formas de quitarnos preocupaciones de encima y tener la energía suficiente para enfrentar otras tareas más grandes.
Echó una mirada al amor. Y se confrontó a si misma y a sus errores en su relación con su esposo. Se auto examinó, pues ella siempre se alteraba con sus defectos, olvidando completamente sus cualidades. Además, lo que ella misma hacía por los dos y para los dos estaba siempre alentado por un componente de retribución por parte de su esposo. Algo que no siempre, o casi nunca recibía. Entendió que cada uno tiene formas de mostrarle al otro su aprecio, y que estas formas no tienen que ser las mismas. Por ejemplo, su esposo desordenado siempre bota la basura en las noches. Así ella renunció a esa necesidad de que su marido viera las pequeñas cosas que ella hacía y aceptó también que aportaría sus propias pruebas de amor sin esperar agradecimientos constantes para que su matrimonio fuera más feliz día a día.
Identificó a qué se iba a dedicar profesionalmente. Para esto dejó a un lado lo que hacía para complacer a otros y supo que cuando estaba sola se dedicaba a leer y a escribir, a tomar notas, a investigar y analizar. Lo tuvo claro en ese momento y se extrañó de no haberlo sabido antes. Quería ser escritora y esto era lo que iba a hacer. Disfrutando el ahora. No tenia problemas graves en su vida. Podría hacer esto y disfrutarlo sosteniéndolo en el tiempo. Buscó apoyo de amigos que se dedicaban a actividades similares para empujarse mutuamente. Tuvo disciplina y no desfalleció.
Se dedicó a ser madre. Se dio cuenta de que ignoraba constantemente a sus hijas, cayendo en la cuenta ya cuando la pataleta, el llanto y los huevos estaban regados por toda la casa. Aceptó que la paciencia no era su fuerte y que constantemente hablaba en términos negativos a sus hijas. “para”, “no hagas”, “no digas”, cuando lo que había que hacer era reconocer los sentimientos de los niños primero para que se sintieran incluidos y oídos, y luego dar el no o la respuesta que se quisiera dar. Lo más importante, a los niños había que darles felicidad. Construir bellos recuerdos, con fotos, con cosas escritas que les recordaran sus etapas más felices, con actividades y proyectos que amaran, con comprensión y afecto.
Se dedicó a cuidar a sus amigos. Se dio cuenta de que los detalles importan. Había que recordar cumpleaños, escribir notas, ser generoso con el tiempo y algo muy importante, empoderar. Ayudar a otros a pensar en grande en sus vidas, porque a uno lo hace feliz hacer a los otros felices.
Su búsqueda espiritual fue importante y la concentró en la gratitud y la actitud. Escribir los momentos más felices de cada día en un diario. Agradecer constantemente por lo ordinario y lo extraordinario, buscarse un maestro espiritual. Esta práctica continuó durante todo el año, estableciendo patrones que la llevarían a alcanzar la felicidad, que al final se dio cuenta, es interior, y se logra con un cambio de actitud. Riéndose más, sin juzgar, siendo verdaderos oyentes y no estando ahí, en conversaciones, con la mente en otro lugar. Haciendo felices a otros. Encontrando pasiones propias y alentando las ajenas.
Un libro 100% recomendado para aquellos que buscan la felicidad.