No Friend But The Mountains- By Behrouz Boochani

Política y Feminismo

Nota: Este libro todavía no ha sido traducido al español.

Este fue un libro muy especial para mí. Porque vino como una reflexión. Porque soy australiana. Y es una reflexión que todos los australianos deberíamos hacer. Porque sin importar nuestros privilegios y nuestro orgullo de ser australianos, el problema de los refugiados se está tornando en una gran mancha negra sobre nuestro perfecto estilo de vida, y cada vez crece y crece, mostrándonos que tal vez nunca hemos sido quienes creíamos que éramos, que nunca hemos tenido lo que creíamos tener.

Behrouz Boochani es un periodista kurdo-iraní que fue a Australia a pedir asilo. En este periplo casi se ahoga. Dos veces. Y este no es ni siquiera el principio de esta historia. Porque una persona que decide enfrentarse a aquellas olas poseídas de pura furia, lo ha hecho porque han perdido toda esperanza de tener una vida normal en su país de origen y al lado de su familia, lo hace porque ya han sufrido demasiado. Pero él, lo mismo que otros muchos antes y después, decidió seguir su camino mirando al frente, en contra de todas las posibilidades que decían que no lo iba a lograr, y en contra también de aquellos que viajaban con él, que algunas veces eran amigos, y otras, por las circunstancias, sus peores enemigos. Como cuando lo único en lo que podía pensar era en comerse una manzana o algunas nueces, solo una, para sobrevivir. O cuando vio a todos pelearse por una buena plaza en el destartalado bote que los llevaría a Australia, simplemente porque esto era determinante en sus chances para seguir viviendo. Y luego vino el resentimiento, porque algunos actuaban bien, y otros solo por ellos, entendiendo también el contexto en el que se encontraban. Pero al ser rescatados, como le pasó a Boochani, volvió la esperanza. Y luego la felicidad de saber que se dirigían a Australia, seguida por lo que se sintió como un puñetazo en la cara al llegar solamente a Christmas Island para ser encerrado y luego informado de que partiría hacia Manus Island, una isla abandonada del mundo y de Dios sin albergar futuro alguno. Y luego la absoluta tristeza al darse cuenta de que jamás pisaría suelo australiano y en lugar de ello viviría días, meses y años eternos encarcelado como si fuera un criminal.

Boochani cometió un pecado del cual no tenía ninguna culpa. Llegó a Australia en bote. Sin visa. Y es que esta circunstancia ha calado ya bastante en el discurso australiano. Una persona sin visa no es bienvenida en Australia. Porque aquella persona se saltaría la fila. Como si alguien pudiera hacer una fila cuando está corriendo por su vida. Boochani llegó a Christmas Island solamente cuatro días después de que una nueva ley entrara en vigencia. Desde ese momento, todos los solicitantes que arribaran en bote serían enviados a la remota isla de Papua Nueva Guinea. Lo vistieron con una camisa y unos shorts enormes y unas sandalias de plástico con las que se sintió disminuido y humillado. Lo llamaron siempre por un número en lugar de nombre. Lo deshumanizaron. Lo ubicaron en tiendas de campaña, llenas de gente y de un calor vaporoso e insoportable, a simplemente sobrevivir. Las cartas, un papel y un lápiz, una lectura, prohibidas. Solo había aburrimiento y locura. El sistema opresivo de la tal prisión estaba diseñado para enloquecer. La buena comida solo era para los primeros que llegaban a la fila. Un día se apagaba el aire acondicionado hasta que gritaban, otro se acababa el agua de los baños hasta que todo se saltaba por la borda y lo manchaba de excrementos y mal olor. Boochani sobrevivió, casi sin comer,  aunque otros no lo hicieron. La angustia de verse y ver a otros en el límite de su propia existencia los hizo coserse los labios, hacer huelgas de hambre, cortarse sus venas, gritar por ayuda. Al final el único escape para algunos fue el suicidio.

 Este libro fue escrito en forma de miles de mensajes de texto enviados por WhatsApp. Los archivos fueron luego traficados desde la Isla de Manus y traducidos al inglés por un profesor de la Universidad de Sydney.  Todo fue escrito en prosa y es aquí donde podemos ver la belleza de todo este libro. Que forma tan brillante, osada y hermosa de contar tan triste historia. Boochani nos muestra de que está hecho, su fuerza y sus debilidades, sus miedos y su resistencia. Boochani nos prueba que gran contador de historias y que gran ser humano es.

Y yo mientras tanto me pregunto dónde estábamos todos entre 2013 y 2017. Y mi vergonzosa respuesta es que los que eran malos estaban allí, en PNG siendo malos, y los buenos, estábamos todos allí, en Australia, siendo totalmente indiferentes. Y los pocos que estaban en la lucha por liberar a aquellos prisioneros de aquel sistema injusto y mezquino lo hacían sin ninguna esperanza, chocándose día a día contra el sistema migratorio australiano, que es tan fuerte como una pared alta y sin fin, que jamás podría quebrar. ¿Y dónde estaba yo? Renunciando, dejando de lado mi trabajo como investigadora legal, cuya labor consistía en buscar y encontrar argumentos para apelar a la Alta Corte de Australia (algo así como la Corte Constitucional). Me cansé. De luchar contra lo inevitable. De luchar contra esa pared que no se iba a dejar hacer siquiera una fisura.

Y agradezco que los mejores se quedaron luchando. Y luego de docenas de demandas los campos de Papua Nueva Guinea cerraron. Y Behrouz Boochani aterrizó seguro en Nueva Zelanda. Deseo de todo corazón que se encuentre bien. Porque no sé cómo un alma tan sensible pueda alguna vez recuperarse de semejante traición. No se cómo nadie puede jamás recuperarse de algo así. Y lo único que se me ocurre ahora es decir lo siento a Boochani y a los otros solicitantes de asilo que fueron encarcelados en Papua Nueva Guinea por todo lo que tuvieron que pasar.

Y nuestro trabajo como ciudadanos australianos debe continuar. Porque de ahora en adelante deberíamos tomar el drama de los refugiados en nuestras manos, que son amables, multiculturales y humanas. Y debemos asegurarnos de que una cosa así no vuelva nunca a pasar en suelo australiano. No, no en nuestro nombre. Nunca más. Se lo debemos a nuestro hermoso país, y a nuestra gente, y a los que piden a gritos por nuestra ayuda.

Luz

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