El Jilguero — de Donna Tartt

Reseña Literaria

Rating: 3.5 out of 5.

Es la historia de Theo Decker, un niño de Nueva York. Su vida tuvo un obstáculo tras otro desde el mismo comienzo. Un buen niño que por circunstancias de la vida tuvo que acomodarse a los hechos tal y como iban llegando. Tuvo una madre que lo amaba y eso fue lo que refrescó el principio de la historia, que se mezclaba con el patán alcohólico e indiferente que era su padre y que felizmente los abandonó cuando Theo entraba a su adolescencia.

Sin embargo, la vida se le cayó a pedazos cuando una explosión en un museo acabó con la vida de su madre mientras se encontraban mirando una exposición de arte holandesa que incluía el Jilguero. Theo, herido pero consciente, robó el Jilguero del museo, aconsejado por otro visitante moribundo que le regaló su anillo, un hombre de edad que se encontraba de visita con su sobrina, también persiguiendo los destellos artísticos de aquellas pinturas renacentistas. De ahí en adelante todo se fue en picada. Después de quedarse con la familia de su amigo en Nueva York, su padre lo encontró, y por motivos no muy honorables se lo llevó con él y su nueva novia a vivir a Las Vegas, donde conoció a Boris, su mejor amigo, quien lo acompañó en sus viajes psicodélicos y auto destructivos de varios años. Al regresar a NY Theo se fue a vivir con Hobie, el mejor amigo de aquel anciano que le entregó su anillo, quien se dedicaba a la renovación de muebles antiguos. Pippa, la sobrina del viejo que salió también herida en la explosión, fue un amor platónico que se apegó a las circunstancias de la perdida de su madre y de la cual se obsesionó. Sin embargo, Boris aparece años después en NY para terminar de arruinar una vida que ya estaba patinando en el delirio de las drogas, el Jilguero y su lucha interna por ser una persona de bien, negando realmente su naturaleza traidora y de carácter débil.

El Jilguero es el centro conectando todos los puntos en la vida de Theo. Su propia madre amaba el arte y conocía el Museo Metropolitano de cabo a rabo. Instruyó a Theo en la conexión del autor de la obra, Fabritius, con Rembrandt. Aquel pájaro, una criatura tan pequeña y frágil, sin ninguna expresión particular, mas que aquella mirada vigilante. Sin embargo, lo que fascinaba a Theo era el por qué de la escogencia de Fabritius en pintar aquel pájaro enjaulado. No tenía nada que ver con su estilo como pintor, ni con el estilo de pinturas del siglo XV tampoco. No era un retrato, ni un paisaje, y por lo tanto poseía todo el significado de la vida, también para Theo, y para todo el que lograba ver el cuadro. En algunos aspectos este cuadro salvó su vida, y en otros, la hundió.

Theo es un antihéroe. Drogadicto, mentiroso, se mete en líos por su carácter débil, a pesar de una inteligencia excepcional y una capacidad excesiva de entender las intenciones de los demás. El tema es que nada le importa más que sus recuerdos, o aquellos que pueden unirlo con su pasado, como el cuadro y Pippa. Boris, su amigo desde el colegio, lo lleva de la mano de un abismo al otro como manejando una pluma, y luego el solo también es exitoso en tirar su vida al voladero cada que se le presenta la oportunidad. Dan ganas de cerrar el libro, solo para abrirlo inmediatamente para saber si Theo logra salir de una u otra situación. Me gustó la historia, que encarna también historia del arte y las relaciones humanas complicadas. Tiene mucho de psicología y de filosofía, y en todas estas áreas se pueden encontrar pensamientos destacados.

Es un libro largo, de 1.144 páginas. No leía un libro tan extenso desde las épocas de Shantaram, de Gregory David Roberts. La autora pudo ciertamente haber recortado escenas donde se extiende de forma innecesaria. También cometí el error de leer este libro en español, pues su traducción, a pesar de ser buena, estaba plagada de modismos de España, lo que le disminuía en neutralidad y calidad. Sin embargo, a pesar de esto lo destaco como una buena novela de entretenimiento para este verano que se avecina.

Luz

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