Sería más fácil confesar que en todas partes solo veo la ciudad de mi infancia, la finca de los abuelos, el limón mandarina con sal que nos comíamos mientras nos escondíamos de los adultos en las noches de luna llena, allá cerquita del río que tenía un pequeño caudal que llamábamos ‘el chorro de la fantasía’.
Aquí no encuentro el mar caliente, ni el mango biche con sal, el café negro y oloroso que solo existe allí, porque está mezclado con sus propias flores, porque es cogido a mano limpia, el centro de amor de mi familia, el idioma que me identifica con esa identidad dulce y a la vez sufrida que es ser colombiana. Allí permanecen mis papás, Los amigos, la fruta fresca tropical, los atardeceres tempraneros, la superstición, las historias de terror en las noches de nubes negras, la interrupción cada tres segundos en una conversación, la opinión sin filtro pero sincera, las palabras: ‘cariño’, ‘melcocha’, ‘congoja’, ‘almidonada’, ‘desbandada’ ‘adorada’. Al mismo tiempo aquí esta todo, porque: ‘La France s’est construite au fil de l’histoire para la volonté de plusieurs générations de femmes et d’hommes qui ont toutes, contribue à lui donner son identité aujourd’hui…’ Francia, Australia. Ambas nacionalidades poco esperadas, dos puertas que se abrieron encadenadas a las circunstancias de cuando conoces el qué y el quién que te cambia la vida. Aquí es mi casa, porque el hogar está donde la familia se encuentra, o eso dicen. Allí, gente aquella de toda la vida que todavía me extraña. Aquí soy una errante con una misión, el pasar la antorcha del prisma multicultural a una nueva generación. Lenguas nativas, historias mezcladas, identidades desdibujadas pero con lenguajes más interiores y suficientes. Es mi trabajo, aquí, no allí, ahora, por ahora.