Política y Feminismo
Muchos creen que solo quién desea volverse experta en feminismo leería a Simone de Beauvoir, sin embargo es un libro muy simple. Es una historia larga, sí, porque hay mucha tela que cortar. El por qué es la pregunta. La historia, la filosofía, la sociología, la antropología, el derecho, la cultura, la familia, la pareja, son la respuesta.
Lo que hizo Beauvoir fue acudir a cada una de estas áreas en busca de una sustancia que pudiera argumentar cómo fue que terminamos enajenadas en el último lugar en la sociedad, tal y como les ha pasado a cientos de miles de minorías vulnerables. Nosotras, más de la mitad de los habitantes de este mundo somos mujeres, no somos minoría. Sometidas a una eterna esclavitud y sobrecargadas de trabajo hemos permanecido en un lugar estático que no evoluciona, o lo hace muy lentamente, cambiado la estructura machista en las formas, poco en el fondo. La historia lo justifica. El hombre tenía la fuerza para cazar, la mujer se dedicaba a tareas esenciales como la agricultura, la medicina. De cualquier forma eran sociedades matriarcales y nada aquí se había rupturado, pero la sociedad se industrializó, y el hombre al ceder el poder de la fuerza bruta a las máquinas no consintió perder su autoridad. Las teorías sacadas de contexto siempre han sido maravillosamente efectivas. La intelectualidad, la racionalización de la inferioridad de la mujer fue socorrida por hombres que gozaban de reputación económica y política. La filosofía: Una de las áreas en las que Beauvoir se ensaña con justa razón, no solo porque todas las filósofas fueron erradicadas de los registros históricos, sino porque filósofos famosos ayudaron a dejar de lado a la mujer. Engels quien con su teoría socialista desconocía de nuevo el carácter individual de la mujer, Compte, que afirmaba que la feminidad era una especie de ‘infancia continua’, y Balzac, quien se empeñó en negar a la mujer toda educación y acceso a la cultura y aconsejó a los maridos de tener a sus esposas bajo estricta vigilancia para así salvaguardar el honor.
Pero este libro no es historia y nuestro sometimiento tampoco. Es irónico que la mujer se prepare desde su más tierna infancia para el matrimonio, cuando es y ha sido siempre una institución que la ha esclavizado. La adolescencia y la virginidad, un tabú de tiempos inmemoriales, algo que se pierde, se da, se guarda, como si fuera algo tangible, como si fuera la única llave para encontrar la felicidad. Las que caen en sexualidades activas y cambiantes o por alguna razón se quedan embarazadas son puestas en otro lugar de la clasificación no muy halagador; la sociedad las califica de prostitutas, fáciles, de cascos ligeros, las que tienen bebes solteras están casi que afuera de la carrera por encontrar un marido y las que deciden abortar simplemente terminan en prisión. En todas estas circunstancias el hombre causante no es ni siquiera mencionado, mucho menos culpado, acusado, ni siquiera re educado. Ellos siguen como campantes observadores en esa búsqueda de las mujeres por un marido que se hace necesaria, probablemente indispensable en la juventud ante la presión de la familia y la sociedad, y al encontrar un candidato, la mujer es capaz de abandonar sus estudios, proyectos, trabajo, su ambición.
Tener una familia propia lo justifica todo. La mujer es vasija, sin importar las causas ni las consecuencias. Esto conlleva a que la que decide quedarse soltera por decisión propia es considerada una loca, resentida, que odia a los hombres, nada tiene que ver con un ejercicio propio de libertad, valentía y autodeterminación. Debería serlo, pues al casarse la mujer se encuentra con una cantidad mayor de tareas domésticas de las que tenía que hacer en casa de sus padres. Las que todavía gozan de no haber experimentado el machismo de jóvenes, se encuentran con la desagradable sorpresa de una carga de tareas desproporcionada, a la que se le suma el cuidado del marido y la crianza de los niños. Las que trabajan fuera de casa no ven tampoco su carga disminuir; en muchos casos solo tienen la opción de dejar esas tareas abandonadas o resignarse a jamás tener éxito en su carrera. El tema de la sexualidad que ha sido tabú en la adolescencia y la juventud continua en distintas formas dentro de la institución del matrimonio, al parecer, porque en ninguna de sus facetas la mujer decide con libertad plena cuándo y cómo desea tener relaciones sexuales. La fidelidad se le es solo exigida a ella, abiertamente condescendiente con ellos.
De ahí que la concentración de la mujer se enfoque hacia los hijos, a quien se empeña en cuidar y criar como unos super héroes. Tanto niñas como niños continúan a sufrir los estereotipos. Una vez se van los hombres de casa la madre queda contrariada y herida, pues ve como su propósito de vida se disminuye a nada. Las que tienen más suerte de tener una hija, así se case, tendrán más esperanza de una familia cercana y de que esa hija promulgue los cuidados a sus padres que probablemente sus hijos hombres no ejercerán. La tortura sigue una vez la mujer comienza a envejecer, algo que no estaba bien visto por las sociedades de antes, mucho menos las de ahora. El hombre que envejece y cuyo cabello se vuelve grisoso es alguien que sigue siendo atractivo, vibrante y lleno de energía, una mujer que comienza a envejecer es todo lo contrario, de ahí la carrera contra el tiempo que ya de por si se encuentra perdida.
Hubo momentos en los que Beauvoir trató a la mujer como una loca, a veces como idiota e incluso una arpía. Ella lo acepta. También lo justifica. “Las mujeres no han constituido jamás una sociedad autónoma y cerrada; están integradas en la colectividad regida por los varones y en la cual ocupan una posición subordinada”, de ahí que algunas se resistan adoptando comportamientos y reacciones fuera de los limites aceptados y en los que se desfoga, pues no se le consciente que tenga otras convicciones como la valentía, la soledad, la libertad, la rebeldía.
Beauvoir leía a Virginia Woolf y a las feministas inglesas de la época y concluye básicamente lo mismo. Lo único que salvaría a la mujer sería su plena independencia económica y el disfrute de una soledad —si así fuera por solo momentos— que le permitiera desarrollar sus competencias personales. Lo bueno es que Beauvoir no nos condena del todo, a los hombres tampoco. Es un hecho que la mujer necesita su libertad, la cual le ha sido concebida solo en parte y de mala gana por esa autoridad masculina omnipresente. Esta libertad debe venir acompañada de una independencia económica fuerte que le permita tomar decisiones frente a su vida personal y conyugal. El matrimonio también es solo posible alcanzado en igualdad, basado en la escogencia consciente tanto por él cómo por ella, y que en ambos casos su objetivo sea el alcanzar la dicha juntos, no como un medio para obtener sexo, compañía, estabilidad, como ha sucedido en tantos casos. Los tiempos avanzan, las mujeres deben tener cuidado si sus derechos también avanzaran a paso largo, o si por el contrario, se quedaran solo en las formas como ha sido hasta ahora.
Libro 100% recomendado para toda mujer. Luz