
El Reflejo de la Vela
Cuento
Apareció como una visión en la puerta de mi habitación. Era él, sí, con su cara plagada de arrugas, con su piel acaramelada del sol que despuntaba al alba mientras araba el pequeño terreno que todavía tenía cerca al río que conecta con El Edén. Era él, no había duda, porque seguíamos hablando de aquel terreno que en épocas de colegio decía Eulalio que sería mío, o al menos sería para mí, para los dos. Esa promesa vana que cincuenta años después volvería a convertirse en el único asidero que tendría para escapar.
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