El Juego del Ángel —De Carlos Ruíz Zafón

Reseña Literaria

Rating: 5 out of 5.

El segundo libro de la tetralogía que viene después de La Sombra del Viento. El Cementerio de los Libros Olvidados. La vida de David Martín, un escritor de novelas brumosas que se esconde en una casa vieja de cuartos oscuros y madera ruidosa, donde todavía se encuentran varias cosas de su antiguo dueño, extrañas, también confusas y en todo caso difíciles de desechar.

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La Historia Interminable —De Michael Ende

Reseñas Literarias

Rating: 5 out of 5.

Este libro siempre me ha deslumbrado. Y no es a causa de Fantástica y todos sus habitantes, que llenan la imaginación de seres que lo único que deseo es que fueran reales. Excepto por los malos, claro, que son realmente muy malos. Es la historia, que alcanza ya niveles místicos. Vi la película por primera vez cuando tenía ocho años. Y se me quedó grabada en la memoria como una revelación. Porque resulta que la película, y este libro, en más detalle, explican que es la imaginación la causa de nuestra realidad. Y que entre mas soñamos, más esos deseos se vuelven realidad. Solo hay que imaginar, y desear, con toda el alma. Fue La Nada la que acabó con todo. Que no es otra cosa que el miedo convertido en lobo y otras formas oscuras, las que borran la belleza y creatividad de aquel mundo. ¿Pero qué otra cosa es el miedo si no la misma fe e imaginación del otro lado del espectro? Las cosas se vuelven claras u oscuras dependiendo de quién las imagina. En este caso nuestro amigo Bastian, que por casualidades de la vida acabó leyendo este extraño libro en el ático de su escuela.  A Bastian le tomó tiempo creer en sí mismo. Solo le dio un nuevo nombre a la Emperatriz cuando quedaba ya un grano de arena. Por poco deja que La Nada destruyera la realidad de Fantástica.

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El Reflejo de la Vela

Cuento

Apareció como una visión en la puerta de mi habitación. Era él, sí, con su cara plagada de arrugas, con su piel acaramelada del sol que despuntaba al alba mientras araba el pequeño terreno que todavía tenía cerca al río que conecta con El Edén. Era él, no había duda, porque seguíamos hablando de aquel terreno que en épocas de colegio decía Eulalio que sería mío, o al menos sería para mí, para los dos. Esa promesa vana que cincuenta años después volvería a convertirse en el único asidero que tendría para escapar. 

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